memoERIZAME

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lunes, 14 de marzo de 2011

Cita con un cadáver (micro relato)


El pueblo respira en su silencio, escasos susurros elaborados por el viento, son destilados por el molino que se refleja en el vacio del pastizal, por la escaza luz lunar, que desoladas se ven las estrechas calles de Calarca, no hay gatos con sus movimientos pardos de caza, no hay ratas dislocando su contextura gris para escapar del hambre felina, no hay ladridos de perros pulgosos y con sarna, no hay guardianes sin pistola y con aquel bolillo apolillado como única arma, no hay borrachos cantando mitomanías acostados en las aceras, no hay policías con miradas obscenas hacia las muchachas, no hay locos demagógicos pintando sus pantomimas en los oídos, no hay nadie, solo un hombre que se dirige a su trabajo en bicicleta, apurando los pedalazos, para llegar a tiempo al lugar donde lo requerían, pero a quien requieren a las 3.30 am? Quien podría ser tan necesitado como para levantarlo a esa hora? Lo cierto es que él no se hacia esas preguntas, ya había divisado el lugar donde se lo requería con urgencia, con su mente fresca y con un aire de positivismo innato, este ser entro al sitio como normalmente lo hace todas las madrugadas, a ver, lo que la muerte le había dejado, para decodificar su mensaje, en la piel fría, en los ojos desorbitados, de las fosas inertes…
El minutero del reloj hace su trabajo, con su estruendoso sonido, martilla en el mutismo del anfiteatro, allí un bosque de pies, con copos de papel marcado en sus pulgares, son la arboleda parca, cubierta por un manto de sabanas, que se ve a primera vista, pues el lugar es tan pequeño, que es necesario que no se mal utilicen los segundos, en cada autopsia realizada.
En el extremo de la habitación, había una cafetera algo destartalada que en un centro poseía el amado liquido marrón, tal ves el color crema del artefacto, se perdía con las tonalidades plateadas de las herramientas quirúrgicas, que colocadas en orden, reposaban sobre una mesa de aluminio, al lado de una tasa con una insignia que decía “la muerte no existe”. Dos policías hicieron su entrada, detrás de ellos unos campesinos algo asustados, traían un bulto envuelto en una pesada cobija afelpada, llena de manchas rojas, quizás sangre, quizás una guerra de jugo de tomate….
Con una extraña solemnidad, el hombre que había madrugado, aquel que siempre llegaba en bicicleta a su trabajo, estaba preparando sus miembros para realizar su labor, empezó por sus manos, termino en su boca, una vez listo, se ocupo del caso de los policías, dejando así, el cuerpo libre de aquella cobija de parches escarlatas, si había silencio, apenas el vio la figura sin juego existencial, hasta sus tripas hicieron una especie de mudez, una mujer-pensó para si, pero con cuantas de ellas había trabajado, a cuantas les había descocido el alma, a cuantas les había partido las pupilas, estrangulado los pezones, descuartizado los labios, solo para conocer la causa de su muerte, muerte que no tiene mas causa de la que la vida miente, pero esta mujer era diferente, esta mujer era bella, hermosa, toda una deidad, ahí maquillada por carmesís coagulados, por violáceos que se chorreaban por su piel, y que? Era tan bonita que hacia llorar, parecía que aquella nariz atractiva aun inhalaba y exhalaba aire, y su vientre perfecto, bailaba alegre algún soneto, el hombre no reaccionaba, no quería ser carnicero de tremendo diamante, solo quería que llegara el día, para ver el amanecer a través de la ventana, en compañía femenina, contento por que ella lo escucharía, y todas las respuestas las daría la composición de ninfa que ella tenia, cuantos piropos le abotonaría al oído, cuantas tazas de café compartiría con ella, tal ves y le regalaría un tabaco, le diría que tenia unas manos muy suaves, que la muerte le sentaba muy bien, y que ya no necesitaba ese vestido malva en sus poros, le cantaría, le besaría las mejillas, le contaría chistes, la llevaría al balcón a ver las estrellas acostados, le inventaría nombres nuevos a cada una de sus partes, la haría feliz antes de que sus miembros se derritan, antes de que la piel se marchitara, volviéndose un caldo, un jugo de aromas delirantes para el olfato, para después ser calaveras sin rosas, osamentas con paños de tierra, pero había que aprovechar el tiempo, había que volar en el intento, así que el hombre se fue al baño, se puso galante, acerco una silla a la camilla, y en ves de hacer todo lo que había pensado, simplemente se quedo dormido en los pechos de ella, esperando tal ves escuchar el aliento, esperando que ella le besara, y le dijera que mejor se era estando muerto.

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